Entramos en los Templos a rezar, pero sobre todo a pedir. Pedir perdón, pedir abundancia, pedir amor, pedir, pedir, pedir.... Vivimos en un Templo viviente, donde no hay que entrar, ya estamos ahí, siempre, nuestro cuerpo, al que pedimos mucho pero ni escuchamos, ni honramos. Este a su vez está sostenido por un Templo viviente mayor, la Tierra, a la que abusamos y para nada respetamos. Es nuestra Madre, la de todos, ella no juzga, no somete, no premia, ni castiga. En su amor incondicional nos nutre, nos da cobijo, nos conecta con el Espíritu, nos permite jugar a ser pequeños Dioses, pero no defiende ninguna religión, no adoran ningún Dios supremo, no obedece a ningún mandatario egocéntrico y egoísta. Ella Es, sus leyes son irrevocables y su poder no conoce fronteras.
Está afuera y está adentro y de ella no podemos escapar, porque somos uno con ella. Si pensamos en la situación de las mujeres de todo el mundo, los abusos, las violaciones, las mutilaciones, los asesinatos, la infertilidad, y en la situación que se encuentra nuestra Madre Tierra, no os da que pensar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario